lunes, 28 de febrero de 2011

Adios Padrino...


Hoy, 28 de Febrero del 2011, día de Andalucía, queda huérfano el mundo de la hostelería. Se marchó con un hasta siempre Don Antonio Jesús Reinoso Lasso, último hotelero de una estirpe y creador de la imaginación y la creatividad hostelera de los últimos tiempos. Todo era posible baja su dirección y supervisión. Maestro de decenas de directores de hoteles que estuvieron antes bajo su tutela. Alentador de fogones apasionantes. Organizador de eventos sin medias tintas. Caballero y amigos de sus amigos. Si alguien no supo entender su filosofía de vida desgraciado de él. Aún nos queda mucho que recorrer y que contar, aunque siempre habrá un antes y un después. Descanse en paz por siempre nuestro “Padrino” hotelero.

martes, 22 de febrero de 2011

FELICIDADES


¿22 de Febrero? No es posible. Ya hace un año que viniste a iluminar nuestras vidas. Un año en el que tu rebosante felicidad infantil ha contagiado a todos los que te rodeamos. Cualquiera de tus gestos, balbuceos, miradas…son signos de admiración para nosotros, que expectantes observamos tu crecimiento sano y vigoroso, gracias a Dios. Sabes Álvaro, quizás todavía no te des cuenta del amor que te ofrecemos o quizás sí, nunca tendré claro desde cuando se es consciente realmente del mundo que nos rodea. Quizás sea para ti especial vivir en una casa gigantesca donde tu familia parece bastante claro donde comienza pero no donde termina o tal vez un “coñazo”, ya me contarás. Ir y venir de gente nueva todos los días, para los que tienes siempre una sonrisa y un gesto tierno hasta convertirte en el mejor relaciones públicas con los que he tenido el gusto de trabajar tras tantos años de hostelería. Tu primer año con nosotros ha pasado volando, pero te pido que no tengas prisas en premiarnos con tu infancia, porque la echaremos bastante de menos. Felicidades.

Te quiero
Papa

sábado, 5 de febrero de 2011

"Detalle de un futuro proyecto" "UN PASO EN FALSO"



“…Cabizbajo y hundido en su propia miseria Román Blázquez, se adentro en la iglesia de San Miguel el Alto. Años de disciplinados estudios abarcando una extensa y privilegiada documentación que arrojaba fehacientes muestras del paso de los Caballeros del Temple por aquella vieja edificación, le habían impulsado a traicionar sus propios principios hasta dejar atrás su esmerado empeño de localizar en la actualidad los pasos de los seguidores del Gran Maestre.

Allí, frente a la pulida piedra negra de su particular pila bautismal, flexionó sus rodillas dispuesto a rezar por todos aquellos a los que había traicionado. Jamás debió albergar la esperanza de convertirse en uno de ellos, pero fue tanta su ambición que desgraciadamente no supo acallar lo acontecido entre aquellos muros tan solo unos meses atrás.

Había terminado de repasar los datos de unos de los manuscritos del maestro Kyot. En el que se aseguraba sutilmente que aquella pila de cristianar en forma de cáliz, representaba fidedignamente al Santo Grial. En su borde aparecía inscrita la Cruz del temple y su pie reposaba sobre una figura octogonal compuesta por losas del mismo color negro. Sumergido en aquella epopeya, interrogó a los toledanos que vivían junto a tan singular Iglesia, recabando información acerca de la infinidad de leyendas levantadas sobre aquella edificación. Con todo en su poder, solo quedaba vaticinar cuando celebraban sus ceremonias en ella los descendientes de los templarios huidos del Arzobispo Tenorio.

Sus conjeturas lo llevaron a señalar el veintidós de Julio, onomástica de María Magdalena, en sus apuntes. Apostó por ello y no erró en sus vaticinios. Hospedado desde días antes a modo de distraído turista frente al Templo, montó vigilancia día y sobre todo noches a la espera de algún movimiento que confirmara sus suposiciones. Hasta que en la noche del veintiuno de julio descubrió a un grupo de abandonados señores apostados a las puertas de la iglesia con aspecto de indigentes. ¿Qué harían allí sentados en torno a una improvisada mesa repleta de licores? Pronto halló la respuesta a su pregunta. Al grupo de seis, se unieron en la mañana del veintidós otros cuatro hombres con el mismo aspecto y cargados de unos pequeños sacos de tela color burdeos, y dos más se unieron a última hora de la tarde. La calle permanecía desierta, pese a la época del año y el silencio en aquella zona de ciudad era casi sepulcral. Quizás los lejanos ladridos de algunos perros o el tañido desangelado de unas campanas, fueran el único sonido ambiente. Acto seguido, mientras el resto grupo permanecía expectante, dos de los hombres se acercaron sigilosamente a la puerta la Iglesia.

El escozor de sus ojos, ante aquella intensa vigilancia, estaba a punto de traicionarlo, pero pronto la recompensa de descubrir a esos hombres adentrándose en el templo alivió su cansancio…”