De ésta forma, como lo hiciera tú hermana también en su despedida,
has querido marcharte, tito. Y te llamo así, porque no puedo
entender tu nombre de otra manera, si no es con este apelativo
familiar, y aunque tu sangre no corriera por mis venas, siempre te he
llamado así cuando he tenido que hablar de ti.
También, la verdad sea dicha, porque no resultarían del todo
comprensibles estas letras que te dedico, a muchos de los que
tuvieron la suerte de conocerte y tratarte de mi alrededor. Llamarte
Vidal, no es lo mismo que hablar del Tito Vidal.
Y es que, aunque no me creas, pese a tu especial forma de ser, tu
manera de expresarte a veces, tu aislado comportamiento, siempre
justificado por la soledad que te acompañó en muchas fases de tu
vida, supiste calar en el corazón de muchos de los que te hemos
tratado. Y no solo te hablo de esas personas de las que siempre
tuviste la certeza de ello, sino también de otros muchos de los que
quizás vayas descubriendo sus nombres por lo que te puedan ir
contando por ahí arriba a partir de ahora. Ese es tan solo uno de
los privilegios que has alcanzado al llegar a tu grado de paz y de
bienestar. La posibilidad de conocer la verdad o la mentira que te
haya podido rodear siempre. Además de no perderte ya ni un solo
partido que quieras ver, acompañado por un buen botellín fresquito
y un paquete de ducados que no se termina nunca.
He de reconocerte, que el silencio en las personas a veces se
convierte en toda una virtud frente al disparate de andar hablando
sin parar sin decir absolutamente nada que aporte a quienes nos
rodean. Tú, con pocas palabras, con un solo gesto o una mirada,
transmitías mucho más que esos otros parlanchines vacíos de
principios. No hacía falta mucha más conversación, te lo puedo
asegurar. Tu sonrisa, tu seriedad...tu forma de poner las manos en la
frente...se convertían en detalles transparentes, que nos advertían
de sobre tu estado de ánimo.
Por circunstancias compartimos muchas cosas y muchos momentos, y a
veces estuviste tu por mi y otras yo por ti. Realmente no era mucho
lo que necesitabas tampoco para vivir. Teniendo cubiertas tus
necesidades básicas, te mostrabas feliz y sonriente, y al igual que
Maripepa, me transmitías buenas sensaciones.
Hablar de tu periplo profesional, ultrajado por el estado tras
robarte tantos años de duro y responsable trabajo, comentar tus
andanzas durante tantas semanas santas vividas, tus posibilidades
reales dentro del mundo del fútbol, dónde quiso poner sus manos
hasta el mismísimo Helenio Herrera, de los momentos que atravesaba
nuestro Sevilla FC, y de lo mal que le iba al vecino de Heliópolis
cuando nosotros colmábamos nuestras vitrinas, así como de las mil y
una forma de rellenar una quiniela para luego saborearla al soniquete
de carrusel y el sabor de una copita de castellana...conformaba todo
un argumentario de charlas en las que poco importaba nada más. Eso,
y que tu familia siempre se encontrase bien, como así les demostrate
una vez tras otra hasta que pudiste mostrar tu ayuda a todos ellos.
En fin, tampoco quiero entretenerte más, porque no son éstos
párrafos que completen las páginas del Marca o el As que te
gustaran tanto leer. Solo espero que estés feliz junto a los tuyos y
que le des muchos besos a tu hermana de mi parte. Ya sabes que te
queremos en casa, y que poco a poco tu sobrina lo irá superando. Los
niños saben bien de tu condición, porque de ello nos encargamos
nosotros que bien te conocimos. Son buenos sevillistas y apuntan
manera de buenas personas que es lo único importante en esta vida, y
tu lo fuiste con mayúsculas.
UN BESO, PORTERO. UN BESO, TITO