El nuevo amanecer, volvió ha arrastrar hacia su mente, mientras se asomaba a la ventana, un pasado tan presente como el futuro que hubo dejado atrás en tiempos de bonanza y recubierto de esa gloria tan superflua y efímera que siempre le rodeó. Desde su habitación, celda ciento seis, se veía preso de su impetuosa hiperactividad y su imaginación era coartada por el conjunto de normas imperativas, que por necesidad el centro estipulaba a todos sus internos.
Capaz de dirigir y orquestar vehementemente a un número elevado de personas durante toda su vida, tenía que soportar ahora que mangoneasen en su quehacer diario y hasta limitasen sus intenciones de lucha en el exterior, para realizar todos sus imaginativos proyectos.
Su ingreso en el centro, lo separaba aún más si cabe de sus seres queridos, y personas a las que consideraba amigas lo archivaban en estanterías del pasado olvidando lo que había significado para ellos ese interno de la habitación ciento seis.
Era el tributo que tenía que pagar y el último sacrificio a consumar para conseguir preservar unos ideales destrozados por las inclemencias de una sociedad devaluada e injusta que no supo estar a su lado.
Ahora, casi en el más completo anonimato, y bajo la supervisión de sus hombres de confianza en la lejanía tenía que batallar. Tenía que luchar por sobrevivir y preparar su resurgimiento. Pronto llegaría de nuevo su ocasión para poner las cosas en su sitio.
- Perdone, ¿Es usted el enfermo de la habitación ciento seis?
- Se equivoca, joven, soy el preso de la celda ciento seis.-contestó con contundencia.-
- ¿Acaso no está aquí por su voluntad? –preguntó, la enfermera, contrariada.-
- Estoy, porque no me queda más remedio. Esta es mi condena, pero ya se lo explicaré otro día con más tiempo. Ahora si me lo permite necesito vivir mi soledad. Es lo único que me queda, y eso porque es lo único que es propiedad de cada ser humano-sentenció.-
LAURA, FELIZ CUMPLEAÑOS AMOR... MARÍA
Hace 1 semana