viernes, 19 de diciembre de 2014

                                                                CUENTO DE NAVIDAD

El frío arreciaba, la noche se había adueñado de la ciudad...mientras que las alegres luminarias de las calles y de los grandes almacenes habían dado su adiós hasta una nueva jornada.

La vivida, se había prolongado en exceso ya que eran vísperas de una noche diferente, de una noche especial...vísperas de la Nochebuena. Noche celebrada del uno al otro confín con los sentimientos de paz y amor a flor de piel.

Durante toda la semana los habitantes de la ciudad se habían convertido en víctimas de un consumismo inusitado...incontrolado...que campeaba a sus anchas en torno a las alacenas, las cocinas y las mesas de casi todas las familias...deseando festejar la Navidad...como si pareciese ser la última que celebrasen y fuese a faltar el alimento más adelante.

Para José, tampoco resultaban ser unos días cualquiera. Tal vez si, las noches. Esas noches como la presente en que la vida, la luz y el colorido desaparecen por espacio de unos horas desmarcándose del festejo y el ajetreo callejero.

Durante las tardes, al menos, durante unos diez días tenía asegurado un poco el sustento más básico gracias a la limosna que le ofrecían desde unos grandes almacenes...por permanecer unos horas sentado en un trono vestido con los ropajes rojos y blancos de Santa Claus.

Su apariencia afable de anciano, con pelo y barba desgreñada y unos pómulos sonrojados por la ingesta continuada de alcohol durante años...le hacía apto para ocupar el trono de los sueños para miles de criatura que inocentemente depositaban en sus manos unas cartas plagadas de buenos deseos. Sentados sobre sus piernas, por mucho que deseasen los más desconfiados...no cabía lugar a las dudas sobre que portara un posible disfraz. Entre grandes risotadas...aguantaba estoicamente los continuos tirones de barba que le propinaban los más pequeños.

José, se sentía un ser importante...al menos durante diez días, pero sin lugar a dudas un ser importante, que se convertía en uno de los protagonistas de la Ciudad, llegadas aquellas fechas. Tenía mucha competencia en otros puntos de la ciudad si...pero nadie se parecía más a Santa Claus que él...y eso le enorgullecía.

Además las ventas se multiplicaban en su temporal centro de trabajo y eso traía consigo un importante cambio de mobiliario para su hogar sin techo. Durante el periodo navideño...se disparaban también las ventas de electrodomésticos...y con ello las posibilidades de hacerse con nuevos y grandes cartonajes que le hacían más llevadero los fríos días de invierno.

Allí, refugiado a tan solo unos metros de su actual puesto de trabajo...sin más compañía que el amargor del vino encartonado y un bocadillo agenciado en una casa de beneficencia, permanecía enroscado entre unas mantas roñosas y los flamantes y nuevos cartones a modo de casetilla de techos bajos.

Y en aquél momento...una inesperada visita.

Un señor de aspecto señorial, enguatado en un abrigo de buen paño, con guantes de piel cubriendo sus manos...se acercó hasta él...intentando no sobresaltarlo.
  • ¿Es usted Santa Claus? -le preguntó.-
Asustado se incorporó un poco y lo miró durante unos segundos antes de contestar.
  • ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? -le preguntó angustiado.-
  • Tranquilícese, no es mi intención asustarlo.-le indicó aquél extraño.- ¿Es usted el señor que se viste de Santa Claus, o no? -volvió a insistir, dejando que un halo espeso de vaho escapase por su boca.-
  • Sí, porque lo pregunta.
  • Por favor, puede usted acompañarme. Le daré lo que usted desee, pero por favor acompáñeme.
José, no podía salir de su asombro. ¿Quién era aquél señor que le suplicaba que lo acompañase? Si no fuera porque a esas horas su compañero de viaje le tenía mermadas sus facultades...hubiese posiblemente echado a correr.
  • Tenga.-le dijo sacando de su reluciente cartera un billete de cien euros.- ¿Será suficiente?
  • ¿Dónde quiere llevarme amigo? -le preguntó sin fijar la mirada en el tembloroso billete que sujetaba el recién llegado.-
  • Mi hijo, traje a mi hijo hace unos días a que le entregase su carta. ¿Lo recuerda?.
El vagabundo, restregándose con las manos los ojos, intentándose espabilar, no daba crédito.
  • Sí, tiene que recordarlo era un pequeño muy tímido que vestía un gorrito a causa de su enfermedad...¿no lo recuerda?
  • Verá amigo...es invierno...todos los críos llegan abrigados a entregar sus cartas...
  • Tiene que recordarlo...se abrazó a usted durante un buen rato...Tenga, si es cuestión de dinero.-añadió sacando otro billete para ofrecérselo.-
  • ¿Qué hace? ¿Acaso cree que puede comprar mis recuerdos? Dígame de una vez lo que sucede. No es de buena educación venir a ofrecer a una persona dinero a su casa a estas horas de la noche.
  • Perdone, mi hijo empeoró de su enfermedad al día siguiente de traerlo a que le viera...y ahora...-explicó echándose a llorar.- solo le consuela el recuerdo de haberlo abrazado a usted. Llevo horas recorriendo las calles del centro en su búsqueda. Hasta que por fin le he encontrado.
  • ¿Y qué puede hacer un vagabundo como yo? -preguntó puesto ahora en pie José.-
  • Venir a verlo al hospital. Tenga, tenga, tome el dinero.-insistió el padre del pequeño.-
  • Guarde su dinero amigo, ya terminó la campaña...y mañana tengo mucho trabajo que hacer. Vallamos ahora al hospital a ver a su pequeño.


sábado, 13 de diciembre de 2014

                                        "EL PEREGRINO DE COTE"

Inolvidable recorrido de presentaciones de mi última novela por lugares que me tienen conquistado el corazón por unos u otros motivos...Montellano, Ronda, Triana, Barberá del Vallés y Chucena. Bellos recuerdos grabados para siempre en mi corazón. Gracias a todos los que me habéis acompañado en esta nueva aventura que nos abre todo un nuevo camino por recorrer.