
“…La tarde caía, tiñendo de negro el azul intenso que le había precedido durante todo el día. Era Miércoles Santo. Tarde, en la que Montellano, se deja arrastrar calle arriba y calle abajo, buscando encontrarse con la Hermandad Sacramental de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de los Dolores.
Cuentan…que años atrás hubo un hombre, de espíritu cofrade altanero y recio, entregado por entero a la citada Hermandad del Gran Poder. Hombre…serio y comprometido para con los suyos, que hasta el último de sus suspiros exhalados, mantuvo con firmeza el pensamiento puesto en sus titulares.
La vida…o mejor dicho, los designios de Dios, fueron los encargados de arrastrarlo, quizás antes de tiempo, hacia ese Reino Celestial, en el que le aguardaba el privilegio de pertenecer eternamente a esa otra Junta de Gobierno, que Dios, guarda para aquellos que le sirvieron eficientemente en la tierra al frente de las hermandades.
Dicen…que este cofrade de Montellano…además de mostrar esa entrega y dedicación, atesoraba también cierta predilección hacia aquellos que tenían el privilegio de conformar la cuadrilla de costaleros. Él, era a veces, nexo de unión entre cuadrilla y hermandades. El, tenía la maestría y capacidad de intervenir en el momento más adecuado, utilizando perfectamente sus dotes y virtudes militares de mando, con ese humor, a veces mordaz, que siempre le caracterizaba.
Cuenta la “Leyenda”, que aquella tarde de Miércoles Santo, cuando Jesús del Gran Poder, hubo echo su revirá hasta cuadrarse ante la puerta de la Parroquia, esperando entrar de nuevo en ella, los miembros de su cuadrilla, rozando la extenuación tras una dura estación de penitencia, permanecían agachados a la espera de que sonara por última vez el martillo para alcanzar la última de las “levantá”…sin apenas tener fuerzas para ello.
Dicen… que en ese preciso momento…el aire se arremolinó en torno a la plaza del Ayuntamiento, y que incluso algunos testimonios de hermanos y devotos, pusieron de manifiesto que un nazareno, con su capa recogida sobre su antebrazo y muy distinto al resto que conformaban el cortejo, pasó como una exhalación por entre las filas de los primeros tramos de la Virgen, haciendo parpadear la llamas de los cirios a su paso, hasta detenerse ante los respiraderos del paso del Señor. Allí…pegó su antifaz al calado de la madera…y comenzó a hablar con los costaleros.
Dicen… que algunos de ellos…incluso llegaron a reconocer la voz de aquél hermano que Dios, se había llevado tan prematuramente.
Dicen… que sus palabras de aliento llegaron a conmover a toda una cuadrilla.
Dicen… que sin ninguna explicación…uno de aquellos costaleros… llegó a pedir al capataz que esperase un poco más antes de tocar el llamador por última vez.
Dicen…que la gente allí reunida…comenzó a impacientarse por no saber que es lo que sucedía en torno al paso del Señor, y que aquel extraño rumor iba en aumento…en cada esquina…en cada rincón de la plaza y de las calles adyacentes.
Dicen… que de forma espontánea todos aquellos hombres comenzaron a rezar un padre nuestro…, y que después de ello…el paso se elevó durante una eterna “levantá” a pulso, que puso de manifiesto que la fuerza de aquellos hombres permanecía intacta.
Parecía…como si acabaran de salir a la calle.
Dicen…y solo dicen. Que el espíritu de aquél hombre, Cofrade de Montellano, permanecería para siempre por entre esas hileras de capirotes que conforman el cortejo de la hermandad del Miércoles Santo. Que siempre regresaba y animaba a que los hermanos continuaran dedicando rezos y plegarias a su Gran Poder y a su Virgen de los Dolores. Que regresaba y se paseaba… por entre esos ríos de incienso y de azahar que perfuman cada año, nuestra Semana Santa…
Dice la “Leyenda”…que así pudo suceder, y que muchos de los que conforman la nómina de la citada Hermandad, así como otras personas de Montellano, percibían y perciben su presencia cada tarde de Miércoles Santo.”