(Continuación del relato Dos de Noviembre. Continúa en comentarios hasta su final)
Apartando de mi mente la idea de acudir antes de tiempo a la cita, y soportando la tentación que suponía, al fin llegó de nuevo el mes de Noviembre. Ilusionado, contagiado por el momento mágico vivido junto aquella bella chica de ojos tristes y apagados, me dirigí con paso firme hacia el final de la avenida esperando ciegamente que se repitiera aquél momento.
Aguardé pacientemente sentado sobre el banco que compartiera con ella al arrullo de sus comentarios literarios. La misma muchedumbre. La misma impaciente rebelión de pajarillos, invadía el espacio que truncaría para siempre la paz y el sosiego de mis sueños de escritor.
Miraba y rebuscada por cada rincón sin hallar su presencia. Tras los álamos. Junto a cada grupo de personas reunidas en conversación. Cada recoveco vacío y sin apenas más vida, que los secos setos que acordonaban las aceras. Me levantaba y deambulaba absorto, esperando cruzarme en cualquier momento con ella. Pero, parecía no estar de suerte. Hubo momentos en los que la confundí con otras chicas que paseaban sin reparar en mis curiosas miradas, pero, parecía no estar de suerte.
¿Qué hacía? ¿Había perdido quizás la cabeza? , nada de eso, no podía negarme a la evidencia de haber compartido esos minutos con ella. No fueron alucinaciones, no. ¿Y si era demasiado temprano? ¿Quizás si esperaba un poco más?
La tarde caía, y el frío arreciaba haciéndose notar. La gente, dejaba de pasear y más bien parecía huir del relente y la amenaza de lluvia. La hojarasca, comenzó a serpentear junto a mí como presagio del fuerte aguacero que presumiblemente estaba a punto de estallar. ¿Qué hacer? Esperaré un poco más.
Dejé de dar bandazos de una punta a otra de la acera, y volví a sentarme en el banco. En ese dichoso banco, en el que descubrí que vivimos encerrados en un mundo en el que negamos a diario, incluso con sorna, la posibilidad de poder relacionarnos con aquellos que dejaron de compartir sus días con nosotros en una misma dimensión. ¿Y porqué no cabría la posibilidad de establecer contacto con otra dimensión? ¿O acaso es tan fiero el miedo que nos invade, que somos capaces de negar la evidencia?
Al sentarme de nuevo, volví a mirar a derecha e izquierda. La avenida estaba ya prácticamente vacía, y el vaho de mi respiración, circundaba mis manos esperando que estas entraran en calor. De repente, salte del asiento como un resorte. ¿Cuándo había llegado aquella niña hasta sentarse a mi lado?
Ella sonrió, pareciendo aguantar una risotada al ver mi reacción. No debía tener más de unos nueve o diez años. Vestía de manera actual, con unos pantalones vaqueros, una camiseta celeste y una sudadera de color azul marino de esas que los pequeños suelen utilizar para hacer deporte en sus colegios. En su mirar, la misma carencia de vida que encontré al mirar a mi amiga. Era real. No eran alucinaciones. De nuevo, nadie más que yo en aquél lugar era el agraciado de poder ver vida, más allá de la muerte.
12 comentarios:
- ¿Te has asustado? –me preguntó.-
- Digamos que me he sobresaltado al verte aquí sentada de repente.-contesté, fingiendo el terrible susto que había padecido.-
- ¿Eres tú quien quedaste citado con Laura?
- Podría ser, nunca supe su nombre.
- ¿Esperabas a Laura, o no? –insistió, la pequeña, resoplando. Resultando curioso, que contrariamente a mi forma de respirar, no emitiera vaho alguno por su boca a la hora de hablar.- ¿puedes verme, verdad?
- Claro que sí. ¿Y tu como te llamas?
- Yolanda, ¿Y tú?
- Yo Raúl.-contesté, intentando agarrar inútilmente su pequeña mano.-
- Ven sígueme.-me indicó.-
- ¿Y Laura?
- Ya no puede salir.-me contestó iniciando la marcha.-
- ¿No puede salir? ¿De donde?
- Haces muchas preguntas tú, ¿eh?
Seguí sus cortos pasos hasta perdernos hacia las proximidades del cementerio. Su verja estaba cerrada a cal y canto. La pequeña, miró hacia atrás para comprobar que permanecía ahí. Sonrió, y se coló mágicamente atravesando los barrotes de bronce del gran cancel.
- Vamos, ¿a qué esperas? –preguntó haciendo aspavientos desde el interior del camposanto.- Al girarse, descubrí que su cabeza estaba rapada desde su nuca hasta algo más arriba del occipital.-
Recorrí la verja de una punta a otra en busca de algún barrote roto o algún otro posible acceso que me permitiese colarme al interior.
- Por allí.-indicó gesticulando hacia el murete anexo al cancel.-
Marineando por una de las puntas de la cancela, conseguí poner mi pie en la tapia.
- ¡Vamos, salta! –Gritó Yolanda.-
Sin pensar en la altura de casi tres metros que me separaba del suelo, y en plena oscuridad, di un brinco hasta caer prácticamente de bruces al terrenal revuelto que aguardaba mi caída. La pequeña rió, al verme caer si sospechar que me había torcido el tobillo con aquella hazaña.
- Vamos, vamos, sígueme.-volvió a indicarme con su infantil carcajada.-
Apenas intuía el camino tras sus pasos. La tenue luz de las farolas del exterior, guiaba con torpeza mi deambular por entre lápidas cubiertas de musgo y resquebrajadas por el paso del tiempo. A cada paso que daba el dolor de mi tobillo parecía multiplicarse por diez.
- Te cuidado, con los viejos, son muy refunfuñones.-me indicó.-
- ¿Con los viejos?
- Sí, esa gente se creen los dueños del parque porque llevan más tiempo que nadie viviendo aquí.-me contestó, en referencia a los enterramientos más antiguos del cementerio.-
¿Qué estaba haciendo? ¿Me había vuelto loco? Es un delito colarme en el cementerio en mitad de la noche. ¿Y si me sorprendieran los guardas?
- Venga Raúl, corre, corre.-insistió, la niña, echando a correr.-
- ¡Espera, Yolanda! Por favor no corras.-contesté cojeando ostensiblemente.-
Pero, la pequeña, se divertía con aquello que para ella suponía ser un juego. De repente, quedé paralizado al ver como un puñado de sombras se cruzaba a mi paso pareciendo no advertir mi presencia. O si lo hacían, actuaban con total indiferencia. Levante de nuevo la mirada y había perdido de vista a la pequeña Yolanda. - ¿Qué hago ahora? –Me pregunté.- Desde lo lejos vi acercarse a gran velocidad hacia mi una pareja, cogida por el brazo, haciéndose arrumacos. Parecían salidos de una vieja película. El con bigote y Bombin y ella, con un atuendo bien alcanforado. Pasaron, justo por delante mía.
- Te repito, Roberto, que no es buena idea que tomes ese tren.-le indicaba, ella.-
- Querida, es un buen negocio, ¿Cómo no habría de hacer ese viaje?-le contestó, él, pellizcando la solapa de su sombrero para saludarme.-
- Vamos Raúl, ¿Dónde te has metido? –me preguntó, reparando en el saludo de aquella pareja hacia mí, Yolanda.- Son el señor y la señora, Ribau, viven dos calles más abajo. Son buenas personas, pero demasiado estirados.- Vamos, anda, que Laura, nos espera.-añadió.-
Mire mi reloj, y apunto estaban de dar las doce y media. Cada vez descubría a más y más personas transitando de un lado a otro del cementerio. Era como si se tratase de una fiesta de disfraces en las que las personas vestían con ropas de todas las épocas. Entraban y salían de sus nichos y lápidas, como por arte de magia. Pero, lo más extraño es que yo lejos de asustarme parecía totalmente integrado en aquél mudo de muertos, que a la vez resultaban tan vivos.
- Para Yolanda, para.-le indiqué, echándome mano al tobillo.-
- ¿Qué sucede? –me preguntó, deteniendo su marcha.-
- ¿Por qué, Laura, no puede salir de aquí?
- Eso que te lo explique ella. Yo acepté ir a buscarte, para poder pasearme por la alameda. ¿sabes? Echo mucho de menos el sabor de las castañas que asan en los puestecillos del parque, pero Laura, me prometió invitarme a un cartucho si conseguía traerte hasta aquí.-me explicó.- Ven, ya estamos llegando.
Al cruzar hacia la calle que parecía ser la residencia de Laura, un grupo de chiquillos correteaban arrancando las flores de una sepultura, pulcra y bien cuidada. Un anciano, gritaba tras ellos regañándolos.
- Ese es don Marcial, un viejo militar con muy malas pulgas. Casi todas las noches Jacinto y su panda, vienen a cincharlo. Son muy traviesos esos chicos, pero más vale llevarse bien con ellos o no te dejan en paz. Mira, ahí vive, Laura.-añadió, indicándome una fachada repleta de nichos.-
- ¿Dónde? –pregunté, completamente perdido por entre tantas lápidas y ramilletes frescos recién traídos por la festividad del día de los difuntos.-
- Ahí, en la tercera de la segunda fila.-me señaló.- Y ahora, tengo que dejarte. Mi abuela me está esperando.
- ¿Tu abuela?
- Sí, vivo con ella, dos calles más abajo. Es tarde, y se asusta si ve que no he vuelto.
- Bien, encantado, Yolanda. Muchas gracias por tu ayuda.
- No tiene porque dármelas, ya sabe que Laura, me ha prometido un cartucho de castañas.-contestó, echando a correr, para perderse en la oscuridad de la noche.-
Frente a mí, la inscripción con su nombre, Laura Arteaga Ramírez, del 15-11-62 al 23-01-79. Descanse en paz.
- Simple, ¿verdad? –escuché a mis espaldas.-
Al girarme, allí estaba ella. Tan bella como la recordaba, y apoyada contra la pared contraria a la suya.
- ¿Has venido? –me preguntó, con una leve sonrisa dibujada en su triste rostro.-
- Te dije que lo haría. Te esperé en el parque, y creí que no te vería más.
- Ya no puedo salir, ¿sabes?
- ¿Por qué?
- Cumplí mi deseo, para poder descansar en paz.-afirmó.-
- No te entiendo.
- Claro, es difícil de entender para ustedes los vivos. Ven sentémonos en aquél banco.-me indicó, señalando hacia una glorieta cercana de la que emergía media docena de cipreses en torno a un gigantesco crucificado.- ¿has traído el libro?
- Claro.
- ¿Tienes miedo?
- No, ¿Habría de tenerlo?
- No habría por qué, pero son muchas las personas que no se hubiesen atrevido a adentrarse en el parque como tú has hecho.
- Di mi palabra a una amiga.
- Gracias.-contestó, mirándome con ternura.- ¿quieres que te explique por que no puedo salir?
- Claro, estoy ansioso por saberlo.
- Cuando morimos, y mucho más si lo hacemos antes de tiempo, nos dejamos muchas cosas en el tintero por hacer. Al tomar residencia en el parque, su guardián, no deja escoger uno de entre los muchos deseos que nos quedaron pendientes estando en vida.
- Vaya.-dije suspirando.- ¿Y quién es ese guardián?
- No lo sé, ni los más antiguos lo han conseguido ver.-contestó, afirmando con su cabeza, lamentando no poder darme alguna repuesta.- Una vez que nos conceden el deseo, no nos dejan salir de aquí.
- ¿Os tienen secuestrados?
- No seas bobo hombre, esto no es como en la vida. Aquí, descansamos en paz. Conocemos a otras personas y nos relacionamos…digamos que en otra dimensión. Y no sentimos la necesidad de salir al exterior. ¿Comprendes?
- No, la verdad es que no mucho. ¿Y que deseo pediste tú?
- Encontrarme en un bonito parque con un hombre guapo y culto con el que poder compartir mis momentos de lectura…”
Que bella historia,no puede tener mejor final,me he emocionado,gracias Tomás,esta continuación para mi era muy importante, gracias de corazón¡!te quiero.
Un beso.
MMMMM, caprichoso deseo la verdad...Felicidades nuevamente Tomás por el relato, me ha encantado
Estupendo relato,pero, mientras lo leia más nerviosa me ponia,ufff!!que grima... la imaginación me ha trasladado al cementerio de mi infancia....Fantastico relato
Un saludo
Que bonita historia Tomás.CHAPÓ
Bello Tomás,muy bello,por cierto,el gerundio "marineando" me ha encantado...no se suele utilizar demasiado.Ojalá pudiera ir al cementerio con esa tranquilidad literaria.
Un beso
Gracias hermano,cierta paz encontró un desasosiego despues de leerte,algún dia hablaremos.
!Que bonito!No te puedo negar que un poquito de grima como dice Melek si que he sentido,bueno ya me conoces,pero me ha encantado retomar aquella historia de hace un año.
Felicidades,como siempre genial...
Un beso
Directo al corazon de quienes añoramos y necesitamos setir de alguna manera la esencia de quien se fue, una caricia, una mano en el hombro, un saber que estan bien ,Precioso tomas Un abrazo
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