"EL SENTIR DE LA PRESENCIA"

Sentado en la silla frente al ordenador restregó sus ojos presa del enorme cansancio que la jornada le había deparado. Ni el escozor en ellos, ni el hormigueo que llegaba a sentir en sus piernas evitaron que esa noche, ya de madrugada, se plantara frente a esa página en blanco, siempre en blanco, que aguardaba ansiosa a ser rellenada.

Rellenada, por sentimientos, experiencias o vagas ideas que salida de su mente se hacían grandes para ser compartidas con sus lectores. Es en ese momento cuando el ingenio vence a la fatiga física, y es ese preciso momento el que elige la musa para transmitir a través de sus letras sus propios deseos. Sin vacilar, encendió un cigarrillo. Quizás el último cigarrillo antes de dormir. Ese cigarrillo, que sabe diferente al resto de los fumados durante el día. Ese cigarrillo compartido con su propia soledad o compartido, sin más, con su propia alma de escritor.

Puesta la vista en el monitor, inhaló ese humo corrosivo que plácidamente se expulsa con sigilo hacia la nada. A continuación. Una voz. Un ruido. Un tenue gemido o susurro, golpeó su oído hasta distraer su mirada. No puede ser, se preguntó. Sin perder la compostura volvió a fumar y siguió con sus ojos la nebulosa caliente que desprendía su boca. No es posible. Lejos de colmar el espacio que le rodeaba, el humo dibujó una silueta abstracta que delataba la presencia de una mujer junto a él.

Sin miedo. Tranquilo. Y hasta relajado, intercambió una fugaz sonrisa con ella llena de complicidad. ¿Porqué no? –Pensó.- Nos sentimos presentes en una dimensión de la que nos creemos dueños y señores. ¿Pero que hay del resto de ellas? ¿Porqué cerrarnos ante creencias inalcanzables por la ciencia? “La materia, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. ¿No sería lógico agotar todas las vías posibles de transformación antes de negar alguna de ellas?

El escritor, satisfecho y lleno de felicidad terminó su relato nocturno antes de marcharse a la cama. El sentir de su presencia, le había hecho pensar que era un ser afortunado. Encendió otro cigarrillo, y mirando hacia ese mágico lugar que había ocupado instantes antes su nueva amiga le dedicó unas palabras de agradecimiento por su paciencia, calor y entrega. Creía sinceramente que contar con una lectora capaz de leer letra a letra las palabras que rellenaban esa página en blanco siempre inacabada, era un privilegio lejos del alcance de cualquiera. Musa o presencia. Mujer o ente. ¿Fruto de su agotamiento? Poco le importaba su definición. Lo único cierto es que se sintió acompañado durante unos minutos que jamás olvidaría. Al levantarse de su asiento, un hasta mañana fue suficiente para provocar un compromiso de fidelidad con su nueva admiradora.

Quizás en la próxima velada le esperaría para inspirarle algún secreto oculto o idea alejada de la monótona realidad que sirviera para cautivar a quienes confían en su escritura o en su peculiar forma de transmitir sus sentimientos.