
Relato Breve, para un día celebrado con frivolidad.
“…El mármol amarillento y corroído por el transcurrir del tiempo, parecía engullido por infinidad de hierbas secas que impedían el transitar alrededor de la sepultura. Su inscripción, tallada a mano por los talleres de los hermanos Lamber, apenas se adivinaba entre la mugre y el moho, que cubrían las hendiduras de cada una de sus letras. “Lorenzo Pérez de Sigüenza, 1850-1933”. Ni epitafio, ni símbolo religioso, ni nada más que adornase la tétrica lápida. Tan sólo, dos destrozados jarrones de piedra grisácea, en cuyas bases se apreciaban, con algo de relieve, un escudo heráldico en uno de ellos, y una espada con su punta hacia abajo en el otro.
Sorteando los afilados jaramagos, que parecían querer devorar sus piernas, Carla, avanzó, sintiendo bajo sus pies como la tierra parecía estar a punto de rasgarse. Se detuvo, y sacó la cámara de fotografía.
- ¡Señorita! , estamos a punto de cerrar.-indicó, sobresaltándola uno de los empleados del camposanto, con cierto nerviosismo.-
- Enseguida termino.-contestó, la investigadora, al tiempo que fotografiaba la tumba.-
Agachada a sus pies, para captar el detalle de los jarrones, descubrió que el plinto de la base de la sepultura estaba prácticamente al descubierto por una de sus esquinas. Apoyó la cámara sobre la fría tapa, y aparcando su temeroso nerviosismo, por conseguir la exclusiva que andaba buscando, estiró su cuerpo para alcanzar a ver hacia su interior. En ese momento, sintió que alguien tiró con fuerza de su tobillo. Al mirar hacia atrás presa del pánico, comprobó aliviada que se trataba simplemente de un enredo entre aquellas hierbas. Sacó de su bandolera una linterna y apuntó hacia el interior del enterramiento.
Un rayo, rasgó el cielo en dos y un aguacero torrencial cayó de improviso sobre aquél pequeño cementerio.
Carla, quedó petrificada. No parecía importarle las inclemencias que castigaban aquél lugar en el momento menos idóneo. Lo que estaba viendo bajo el haz de luz que proyectaba su linterna vencía la posibilidad de dar marcha atrás. La sepultura, parecía no tener fondo y decenas de cadáveres permanecían hacinados, convirtiéndose en una montaña de huesos y carne putrefacta. Intentando alcanzar con su mano la cámara, sin dejar de alumbrar, sintió que un frío abrasador quemaba su brazo al sentir un golpe en seco sobre ella. Giró su cabeza, a punto de perder el conocimiento, y descubrió al empleado del cementerio, agarrando el hacha que acababa de amputar su mano.
- Le avisé que íbamos a cerrar, señorita. Es noche de ánimas y existen almas que quieren saciar su olvido.-murmuró antes de atizarle un certero golpe en la cabeza, mientras reía a carcajadas.- …”