
CAPITULO Nº 1 (continúa en comentarios)
"En el amanecer de aquél día, veinticuatro de Noviembre, la paz del retiro en el convento de las Pasionistas se fue esfumando y diluyendo poco a poco por la llamada a Maitines. Las muchachas del internado, empujadas por el resorte que suponía los nudillos de la hermana Milagros aporreando las puertas de cada una de las habitaciones, tomaban conciencia de que comenzaba una nueva jornada marcada por la severidad de las normas impuestas por la Madre Abadesa en el internado. Cuya intención no era otra que educarlas y convertirlas en damas ejemplares para la sociedad, que el día de mañana continuasen defendiendo las heráldicas y negocios de sus ricas y afamadas familias.
Llegar tarde al primero de los rezos, suponía verse encerrada en una de las celdas de las hermanas durante el poco tiempo de ocio del que disfrutaran al cabo de todo el día. Todas habían sufrido alguna vez aquél castigo, que por otra parte era el considerado como el más benévolo de los que imponía la Madre Abadesa.
- Vamos, vamos, Inés, que llegamos tarde.-indicó su compañera.-
- ¡Señorita, Tuffot! ¡Preocúpese de usted y deje que su compañera sea responsable de sus propios actos! –le recriminó la hermana Milagros.-
- Ve, María, ve tú, ya estoy terminando.-le indico, Inés, terminando de anudar sus zapatos.-
- ¡Señorita, Aranzo! ¡Dese prisa, vamos, vamos!- ordenó de nuevo la monja a Inés.-
Inés Aranzo y María Tuffot, compartían habitación desde hacía ya dos años en aquél internado en el que entraron cuando cumplieron los once. Ambas de buenas familias, alternaban sus excelentes expedientes académicos con la autoría de la mayoría de travesuras que se realizaban en el interior del convento.
La primera de ellas, hija del Conde de Aranzo, era de aspecto delicado e incluso algo enfermizo, no demasiado alta para las chicas de su edad y de cabello rubio bien recogido con dos coletas. María Tuffot, que procedía de una familia catalana de gran capital que habitualmente contribuía generosamente con la Comunidad de las Pasionistas, por lo contrario, era alta, con media melena castaña y unos ojos verdes deslumbrantes. La simbiosis de sus comportamientos había creado demasiados quebraderos de cabeza a sus tutoras, que aconsejaban una y otra vez a la Madre Abadesa que las separara de habitación, pero ésta en cambio se empecinaba en conseguir aplacar sus comportamientos sin necesidad de llegar a cambiarlas de cuarto, sino más bien con disciplina y mano dura que era como se forjaba a una verdadera dama…”