CUENTO DE NAVIDAD
El frío arreciaba, la
noche se había adueñado de la ciudad...mientras que las alegres
luminarias de las calles y de los grandes almacenes habían dado su
adiós hasta una nueva jornada.
La vivida, se había
prolongado en exceso ya que eran vísperas de una noche diferente, de
una noche especial...vísperas de la Nochebuena. Noche celebrada del
uno al otro confín con los sentimientos de paz y amor a flor de
piel.
Durante toda la semana
los habitantes de la ciudad se habían convertido en víctimas de un
consumismo inusitado...incontrolado...que campeaba a sus anchas en
torno a las alacenas, las cocinas y las mesas de casi todas las
familias...deseando festejar la Navidad...como si pareciese ser la
última que celebrasen y fuese a faltar el alimento más adelante.
Para José, tampoco
resultaban ser unos días cualquiera. Tal vez si, las noches. Esas
noches como la presente en que la vida, la luz y el colorido
desaparecen por espacio de unos horas desmarcándose del festejo y
el ajetreo callejero.
Durante las tardes, al
menos, durante unos diez días tenía asegurado un poco el sustento
más básico gracias a la limosna que le ofrecían desde unos grandes
almacenes...por permanecer unos horas sentado en un trono vestido con
los ropajes rojos y blancos de Santa Claus.
Su apariencia afable de
anciano, con pelo y barba desgreñada y unos pómulos sonrojados por
la ingesta continuada de alcohol durante años...le hacía apto para
ocupar el trono de los sueños para miles de criatura que
inocentemente depositaban en sus manos unas cartas plagadas de buenos
deseos. Sentados sobre sus piernas, por mucho que deseasen los más
desconfiados...no cabía lugar a las dudas sobre que portara un
posible disfraz. Entre grandes risotadas...aguantaba estoicamente los
continuos tirones de barba que le propinaban los más pequeños.
José, se sentía un ser
importante...al menos durante diez días, pero sin lugar a dudas un
ser importante, que se convertía en uno de los protagonistas de la
Ciudad, llegadas aquellas fechas. Tenía mucha competencia en otros
puntos de la ciudad si...pero nadie se parecía más a Santa Claus
que él...y eso le enorgullecía.
Además las ventas se
multiplicaban en su temporal centro de trabajo y eso traía consigo
un importante cambio de mobiliario para su hogar sin techo. Durante
el periodo navideño...se disparaban también las ventas de
electrodomésticos...y con ello las posibilidades de hacerse con
nuevos y grandes cartonajes que le hacían más llevadero los fríos
días de invierno.
Allí, refugiado a tan
solo unos metros de su actual puesto de trabajo...sin más compañía
que el amargor del vino encartonado y un bocadillo agenciado en una
casa de beneficencia, permanecía enroscado entre unas mantas roñosas
y los flamantes y nuevos cartones a modo de casetilla de techos
bajos.
Y en aquél momento...una
inesperada visita.
Un señor de aspecto
señorial, enguatado en un abrigo de buen paño, con guantes de piel
cubriendo sus manos...se acercó hasta él...intentando no
sobresaltarlo.
- ¿Es usted Santa Claus? -le preguntó.-
Asustado se incorporó un
poco y lo miró durante unos segundos antes de contestar.
- ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? -le preguntó angustiado.-
- Tranquilícese, no es mi intención asustarlo.-le indicó aquél extraño.- ¿Es usted el señor que se viste de Santa Claus, o no? -volvió a insistir, dejando que un halo espeso de vaho escapase por su boca.-
- Sí, porque lo pregunta.
- Por favor, puede usted acompañarme. Le daré lo que usted desee, pero por favor acompáñeme.
José, no podía salir de
su asombro. ¿Quién era aquél señor que le suplicaba que lo
acompañase? Si no fuera porque a esas horas su compañero de viaje
le tenía mermadas sus facultades...hubiese posiblemente echado a
correr.
- Tenga.-le dijo sacando de su reluciente cartera un billete de cien euros.- ¿Será suficiente?
- ¿Dónde quiere llevarme amigo? -le preguntó sin fijar la mirada en el tembloroso billete que sujetaba el recién llegado.-
- Mi hijo, traje a mi hijo hace unos días a que le entregase su carta. ¿Lo recuerda?.
El vagabundo,
restregándose con las manos los ojos, intentándose espabilar, no
daba crédito.
- Sí, tiene que recordarlo era un pequeño muy tímido que vestía un gorrito a causa de su enfermedad...¿no lo recuerda?
- Verá amigo...es invierno...todos los críos llegan abrigados a entregar sus cartas...
- Tiene que recordarlo...se abrazó a usted durante un buen rato...Tenga, si es cuestión de dinero.-añadió sacando otro billete para ofrecérselo.-
- ¿Qué hace? ¿Acaso cree que puede comprar mis recuerdos? Dígame de una vez lo que sucede. No es de buena educación venir a ofrecer a una persona dinero a su casa a estas horas de la noche.
- Perdone, mi hijo empeoró de su enfermedad al día siguiente de traerlo a que le viera...y ahora...-explicó echándose a llorar.- solo le consuela el recuerdo de haberlo abrazado a usted. Llevo horas recorriendo las calles del centro en su búsqueda. Hasta que por fin le he encontrado.
- ¿Y qué puede hacer un vagabundo como yo? -preguntó puesto ahora en pie José.-
- Venir a verlo al hospital. Tenga, tenga, tome el dinero.-insistió el padre del pequeño.-
- Guarde su dinero amigo, ya terminó la campaña...y mañana tengo mucho trabajo que hacer. Vallamos ahora al hospital a ver a su pequeño.
1 comentario:
Como cada año nos dejas tu mensaje de navidad en forma de cuento, un precioso cuento que hace que nos paremos ha pensar en los demás, en los que tienen menos y que siempre son los que mejores lecciones nos dan en la vida...GRACIAS Salmorelli por dar tanto a cambio de tan poco.
FELICES FIESTAS SALMORELLI ¡¡¡¡
Un Baccio.
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