2º PREMIO, IV CERTAMEN COFRADE DE RELATO BREVE "EL AGUAÓ DE MONTELLANO"
EL DILEMA, por Tomás Prieto Martín. AÑO 2014.
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Mi
nombre es Isaac Almoxaraf, hijo de Aharon y de Darona, nacido en la
ciudad de Ramla, capital del distrito central de Israel hace
cincuenta y dos años, e hijo menor de cuatro hermanos.
Con
tan solo cinco años emigré junto a la totalidad de mi familia a
Estados Unidos, afincándonos en la ciudad de New York, donde hice mi
vida, cursé todos mis estudios y conocí a Devora mi esposa con la
que tengo dos hijas maravillosas.
En
la actualidad, soy profesor de Antropología y Humanidades en la
universidad de Columbia, dentro del corazón de Manhattan, y dedico
la mayor parte de mi tiempo a impartir conferencias por medio mundo
intentando acercar hasta los alumnos de numerosas universidades y
otro tipo de oyentes, las diferentes vertientes que relacionan los
aspectos religiosos con los comportamientos de los seres humanos.
La
religión, como actividad humana que abarca creencias y prácticas
sobre cuestiones de tipo existenciales, morales e incluso
sobrenaturales, despertó enseguida en mí un interés inusitado, me
atrevo a decir, desde mucho antes de doctorarme en Antropología. Tal
vez por ser proveniente de una familia muy religiosa que cumplía
firmemente con la ley de Moisés, admitiendo con vehemencia ser el
pueblo elegido por Yavhé o quizás simplemente porque había
convivido en un barrio en el que se entremezclaban infinidad de
religiones distintas, que llegaban a delimitar socialmente al
vecindario por según que doctrina practicasen unos y otros.
Aquellos comportamientos habían creado incongruentemente una especie
de pequeños guetos en torno a lo que más bien debiera haber sido
un estilo de vida encaminado a la plenitud del ser, resultando
completamente inexplicable y absurda aquella lucha asolapada en
nombre de Dios.
Así,
poco a poco fui estudiando cada uno de los diferentes credos desde mi
agnóstico prisma queriendo analizar, que nunca juzgar, el
comportamiento humano a través de la religión y de las religiones.
Me licencié también en Humanidades, y viajé, gracias a numerosas
becas, hasta diferentes estados y países deseando beber de la fuente
primaria de cualquiera de los credos existentes en ellos, y a través
del paso del tiempo aprendí bien como diferenciar las concepciones
teológicas que les concernían a cada uno de ellos; Monoteístas,
politeístas, henoteístas, dualistas, no teístas, panteísta,
reveladas, no reveladas..
Creer
en un solo Dios o en varios dioses, en un solo Dios con toda una
corte de ellos por debajo de él, en dos divinidades contrapuestas,
no creer en dioses absolutos o si creer que el universo y la
naturaleza están a su misma altura...todo esto variaba de una
frontera a otra, pero que digo yo, simplemente de una calle a otra.
De
una forma u otra, descubrí que toda religión implica una obligación
de consciencia y cumplimiento de deber, y que según la teoría del
sociólogo Durkheim; “la religión es un sistema solidario de
creencias y prácticas relativas a cosas sagradas, y que toda
sociedad posee todo lo necesario para suscitar en sus miembros la
sensación de lo divino simplemente a través del poder que ella
ejerce sobre ellos.”
Llamó
mi atención que el número de población creyente superara con
creces a la conformada por ateos, agnósticos, no teístas e
irreligionarios. Llamó mi atención que por una diferencia bestial
fuesen las tres religiones monoteístas las que imperasen en el
mundo; cristianismo, islamismo y budismo, y a su vez, que el
cristianismo se convirtiera en un racimo de más de una veintena de
religiones unidas a una misma rama o tronco en común.
He
tenido la oportunidad de presenciar, todo tipo de rituales, ritos y
ceremonias, de asistir aveces abiertamente y otras de incógnito, a
asambleas, misas y oratorios en templos, salones, sinagogas y
mezquitas. He compartido momentos de oración, intentando que me
explicasen y descifrarán pasajes del Corán, la Tanaj, la Torá o la
Biblia, con rabinos, imanes y sacerdotes, y sinceramente, creo que
por todo ello he llegado a convertirme en una de las personas más
preparadas del planeta en cuestiones de índole religiosa, sin dejar
a un lado sus influencias antropológicas.
Pero,
pese a mis conocimientos y agnosticismo, he de reconocer que más de
un dilema ha planeado por mi cabeza alguna que otra vez.
Recuerdo
que hace tan solo unos años, atendiendo a diferentes compromisos
cerrados por mi secretaria, viajé a Europa para impartir una serie
de conferencias, y que a diferencia de mis últimos viajes en los que
siempre me acompañaba Devora, en esta ocasión lo realicé en
solitario debido a ciertos compromisos sociales a los que mi esposa
también debía acudir. Berlín, Roma, Florencia, París, Lisboa,
Madrid, Valencia y por último Sevilla.
No
me pregunten muy bien porqué, pero estaba deseoso de visitar ésta
última ciudad. Había leído tanto sobre ella y estudiado
detenidamente su comportamiento a través de los tiempos, que me
parecía todo un ejemplo de tolerancia, cultura e historia. Historia
en cuanto a todas las civilizaciones que la poseyeron e historia
también desde el punto de vista religioso que era lo que en la
actualidad más me ocupaba.
Me
intrigaba su defensa a ultranza allá por mil ochocientos cincuenta y
cuatro, cuando el dogma de la concepción inmaculada de María, que
hizo que ostentara para siempre el título de muy mariana, y me
intrigaba también el desmedido entusiasmo con el que se celebraba en
la ciudad la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Eran
múltiples los textos que habían llegado hasta mis manos en cuanto a
aquella singular celebración de la semana santa en la capital
andaluza y pocas, muy pocas, las explicaciones que solían darme los
que me rodeaban, para poder aclarar todas mis dudas. Estaba
convencido de que necesitaba vivirlo en primera persona, para
comprender esa locura colectiva que se desataba en la ciudad llegada
esa época del año, y por este motivo, habíamos determinado que mi
última conferencia en Europa se cerrara para dos días después de
terminada la semana sagrada para los católicos, hospedándome en la
ciudad desde varios días antes. De esta forma tendría la
oportunidad de vivir el triduo sacro en Sevilla, sin que nadie me
esperase antes de la fecha de la conferencia, y poder así gozar de
toda la libertad para moverme a mi verdadero antojo.
Tras
dejarme un taxi en la puerta del céntrico hotel Colón, llamó mi
atención rápidamente la cantidad de personas que, como moviéndose
en un hormiguero, se perdían calle arriba y calle abajo vestidos
completamente de gala. Los señores con trajes de chaqueta y corbata
y muchas señoras ataviadas con elegantes trajes negros y unas
especies de conchas sobre sus cabezas cubiertas de una tela de encaje
del mismo color, mantillas, me dijo el recepcionista que se llamaban
minutos más tarde. De esta manera se dedicaban toda la tarde del
jueves santo a visitar los sagrarios de las parroquias y pasear por
las calles para ver las procesiones.
Del
mismo modo, al llegar a mi habitación, y no queriendo desentonar, me
vestí con uno de mis trajes y me eché a la calle. Justo a la
espalda del hotel salía un cortejo en pocos minutos desde la
parroquia de la Magdalena.
Toda
Sevilla parecía estar en la calle. La multitud te arrastraba
prácticamente de un lugar a otro indicándote hacia donde debías
dirigirte, y de esta manera conseguí colocarme justamente enfrente
de la puerta de la iglesia que permanecía aún cerrada, mientras el
olor de las flores de los naranjos me tenían del todo cautivado.
El
bullicio crecía e infinidad de grupos de personas jóvenes y no tan
jóvenes se agolpaban en la plaza sin dejar libre ni un solo espacio.
Miré a mi alrededor y pronto comenzó a disminuir el sonido ambiente
al tiempo que se abrían las puertas del templo.
Pronto
comenzaron a desfilar por delante de mi unas hileras de penitentes,
revestidos de túnicas moradas y antifaces en altura del mismo color,
que tapaban sus rostros. Ya había oído hablar del anonimato que
guardaban estas personas, año tras año, al ofrecer sus promesas a
cambio de realizar la estación penitencial, que así la llamaban.
Algunos portaban insignias, otros unos enormes cirios encendidos y
otros cargaban al hombro unas cruces de madera, tampoco sabría muy
bien precisar porque unos portaban unas y otras.
Al
momento, un silencio ensordecedor dejó al descubierto el trinar de
unos pájaros unidos a la tenue música de capilla que precedía a un
enorme trono, dónde las imágenes representaban el descendimiento de
la cruz de Jesús.
Me
había informado bien antes de viajar del estilo barroco sevillano y
de su iconografía, pero nada que ver con lo que tenía a pocos
metros de mí. El realismo que rezumaban aquellas imágenes, incluso
el movimiento de la talla de Cristo suspendido de la cruz, hacían
albergar un verdadero recogimiento. Instantes después al llegar a mi
altura comprobé como un señor bien pertrechado dirigía andando de
espaldas los movimientos de aquél altar viviente, mientras el crujir
de la madera resultaba del todo estremecedor.
Ante
las dudas que me asaltaban, pregunté a un grupo de jóvenes que
tenía junto a mí, todos ellos enchaquetados y muy bien peinados,
que parecían sujetar unos pequeños libros entre sus manos.
Perdonad,
¿Cómo arrastran el trono? ¿Tendrá que llevar algún tipo de
ruedas? -les pregunté en un perfecto castellano, viendo como
terminaba de pasar el cortejo sin que nadie estuviese detrás
empujando a aquellas imágenes.-
¿Cómo
dice? -me preguntó casi indignado el que parecía llevar la voz
cantante del grupo, al tiempo que la gente comenzaba a dispersarse
en todas las direcciones como con mucha prisa.-
Os
preguntaba que como hacen para mover estos tronos.-insistí.-
No
son tronos, en Sevilla, se llaman pasos. Pasos de Cristo y pasos de
Palio, que son los que llevan a nuestras dolorosas.-precisó.- Y los
pasos los llevan los costaleros.
¿Costaleros?
Si,
costaleros. Los costaleros son hombres que se meten debajo de los
pasos y que cargan todo el peso sobre sus cuellos.-puntualizó.-Nada
de ruedas, ni de mecanismos. Sus promesas son las de sacar a sus
imágenes con su sudor y su esfuerzo, no hay más historias.
Bien,
gracias.
De
nada, tome, quédese con mi itinerario de las cofradías, creo que
le va a hacer más falta que a mi, si se queda por aquí.- me
contestó el chico presumiendo que yo era un guiri despistado,
aunque tampoco estaba tan alejado de la realidad. Comenzaba a
sentirme, pese a todo mi conocimiento en cuanto a religiones, como
un auténtico idiota.-
Aquello,
si que era del todo nuevo para mí, había personas que cargaban con
exagerados pesos por cumplir sus promesas y devociones. Sabía de
las salvajadas que se hacían en muchos otros lugares en cuanto a
azotes, crucifixiones..., pero no era sabedor de que con tanta
elegancia se podía realizar un acto penitencial. Tenía que
conseguir ver aquello desde mucho más de cerca para cerciorarme de
que podía ser cierto. Era imposible que no se notase el esfuerzo de
unos hombres en dicha tarea y la perfección con la que se deslizaba
el paso.
De
camino al hotel para cenar, comencé a repasar aquél pequeño libro
que me habían regalado. Eran cuadrantes horarios de hermandades a su
paso por diferentes calles. La gente se guiaba y asistía según a
que horas al paso de las diferentes imágenes por según que lugar
les interesaba más, ahora comprendía que al paso de la hermandad de
la “Quinta Angustia”, que así se llamaba la que acababa de
presenciar, fuera como corriendo hacia otro lugar...todo estaba
ajustado a horarios y numerosos cortejos se encontraban en torno a
una tela de araña para realizar su recorrido hasta la Catedral de
la ciudad.
No
había demasiadas personas en el restaurante, cosa que me llamó la
atención tras conocer que el hotel estaba completo, pero el camarero
que me atendió pronto disipó mi extrañeza.
Me
resultaba todo como muy familiar. El camarero al igual que aquellos
jóvenes hablaban de los pasos , de las hermandades...como de algo
muy cercano. Con respeto, pero me atrevería a decir como si te
hablaran de ir a ver a algún familiar o algo así. Comenzaba a
descubrir que la idiosincrasia de los sevillanos era muy diferente a
lo que tenía yo ya conocido y que tal vez aquel fuera el truco de la
perfecta convivencia entre civilizaciones a lo largo de tantos
siglos.
¿Esta
noche saldrá a ver la “Madrugá”? -me preguntó al traer el
postre.-
¿La
Madrugá? -repliqué sin saber de que hablaba.-
Si,
hombre, esta noche salen las principales cofradías de la ciudad. La
“Madrugá”, se llama así por eso porque salen de madrugada.
¿De
madrugada también salen pasos? -le pregunté asombrado y comenzando
a manejar el argot local.-
No
se apure, lo veo algo despistado y no me importaría que se viniera
conmigo y con mis amigos.-me aclaró solicito.-
¿De
verdad podría ir con usted? -pregunté entusiasmado e incrédulo.-
Claro
que si, lo que ocurre es que igual nos perdemos a alguna, porque
entre que salgo de trabajar y descanso un poco...pero en fin que le
voy a llevar a los mejores sitios.
Muchas
gracias, usted dirá la hora.
Yo
vendré a recogerle a eso de las cuatro de la mañana.-indicó para
mi sorpresa.-
¿A
esa hora salen los pasos?
No,
desde las doce, que sale la Macarena, van saliendo, pero lo que yo
le diga. A las cuatro nos vemos en la recepción.
Muy
bien, así será.
¡Ah!
Y póngase otra ropa más cómoda y abríguese un poco que de
madrugada refresca. Yo me llamo Juan.-dijo acercándome su mano.-
Yo
Isaac.-le contesté estrechándole la mía.-
Muy
bien Isaac, pues lo dicho, a las cuatro nos vemos.
Subí
a mi habitación y repasé en mi ordenador, y con la ayuda del
itinerario, las seis procesiones que conformaban la llamada
“Madrugá”; Silencio, Gran Poder, Macarena, Calvario, Esperanza
de Triana y Los Gitanos. Comencé a leer y efectivamente se trataban
de las hermandades de más renombre de la ciudad, pese a existir
otras muchas de menor o igual relevancia que procesionaban el resto
de los días, porque había procesiones a lo largo de nueve días.
La
noche, la “Madrugá”, resultó mágica y se alargó hasta bien
avanzada la mañana. Apenas descansé antes de reunirme con Juan y su
grupo de amigos, pero poco me importó. Descubrí un mundo nuevo
dentro del mundo católico y a su vez del cristianismo y de la
religión en sí misma.
No
sabría explicarlo, pero durante horas pasé de la sobriedad y de la
austeridad a todo un rio de júbilo en torno a las imágenes de Jesús
y de María. Pasé del silencio sepulcral más absoluto durante el
paso de algunas hermandades a contemplar como se mecían los pasos
alegremente, siendo acompañados con el mismo respeto por bandas de
música. Hileras interminables de penitentes nazarenos, que me hacían
dudar de la población que realmente pudiera tener Sevilla. Si
pudiera haber contado las personas que conformaban aquellos cortejos
y la multitud que se agolpaba en cualquier rincón o que te llevaba
en volandas de una calle a otra, jamás me hubiesen salido las
cuentas.
Me
di cuenta enseguida, que pese a mi agnosticismo, aquella vivencia era
digna de ser impartida en mis conferencias, pero como encontrar las
palabras acertadas y adecuadas para describir aquello que había
vivido. No las había, ¿Cómo podría explicarle a mis alumnos u
oyentes que de toda una multitud repartida por doquier, bajo el
bullicio más descabellado se sumía en un completo silencio sin que
nadie diese una orden? ¿Cómo explicarles que una imagen sobre su
paso parecía un hombre andando con la cruz a cuestas, gracias al
trabajo de los costaleros? ¿Cómo explicarles que la gente piropeaba
a las imágenes de María, cómo si de una bella joven se tratara al
pasar? ¿Cómo explicarles que decenas de oficios diferentes
intervienen en favor de que todo aquello se desarrolle con tanta
belleza y perfección? ¿Cómo explicarles que había abuelas
pidiéndoles sus favores en voz alta como quien se lo pide a un padre
o a una madre? Y como explicar que cualquier persona de esta ciudad,
no necesita estudios para saber del fervor y de religión. Imposible.
Simplemente,
no podría responder a las preguntas que me hicieran y todo ello
continuaría creando en mí todo un dilema, tan solo podría
responderles que viví la Pasión de Cristo, según Sevilla, que no
buscaran en libros porque nada de ello encontrarían. Se trataba del
descubrimiento de un nuevo movimiento de fe.
FIN