Tras una cena apacible en la terraza del hotel, mis amigos y yo pasamos a disfrutar del espectáculo estelar que nos ofrecía aquella noche del mes de agosto que nos envolvía por completo. Tumbados en la hamacas de la piscina, con la tenues sombras que proyectaban sobre la fachada los reflejos del agua, tonteábamos sobre la posibilidad de que algún ente extraño nos visitara mientras dormitábamos entre risas y comentarios jocosos sobre el tema. Pero transcurridas algunas horas el sueño fue venciendo uno por uno a cada uno de los asistentes a aquella insólita acampada.
Fue entonces cuando un zumbido lejano fue entrando en mis oídos rememorando los silbidos que hacía poco tiempo había emitido mi amigo Juan, para crear ambiente tenebroso al momento. Como yo mismo había narrado para asustar a los presentes, una comitiva de personas, ataviadas con camisones largos y blancos, comenzaron a desfilar frente a mí sin que me el tremendo impacto me permitiese mover ni un ápice de mi cuerpo. Como pude, giré un poco la cabeza y comprobé como todos dormían. Lola, Javi y Juan, arropados para combatir el relente de la noche, no eran conscientes de la escena que petrificaba mis movimientos, y sin embargo, un poco más allá, Mari, atendía atónita sin poder articular palabra.
Sentados al filo de la piscina, sus extremidades inferiores se desintegraban visualmente y la humedad del agua parecía subirles por sus cuerpos hasta empapar sus cabellos. Entonces una chica de mirada triste se fue acercando lentamente hacia mí atravesando la superficie acuosa de la piscina sin salpicar una sola gota fuera del vaso, y al llegar a los pies de mi tumbona y comprobar el miedo atroz que reflejaba mi rostro, se recogió su larga melena a modo de moño y sin dar tiempo a más se inclinó hacia mí para decirme; “No debes asustarte. Siempre hemos estado junto a ti, y aunque quizás no nos hayas visto antes, si que estoy segura de que nos has sentido cerca de ti. Te hemos acompañado en muchas ocasiones porque nos gusta como escribes y como transmites tus sentimientos”
De repente, desperté y las luces de los primeros rayos de sol comenzaron a proyectarse sobre todos nosotros sin que nadie un poco más tarde en el desayuno recordase absolutamente nada de lo acontecido en aquellas últimas horas de la madrugada. Tan solo mi amiga Mari y yo, parecíamos haber percibido algo que era imposible de narrar…”
Fue entonces cuando un zumbido lejano fue entrando en mis oídos rememorando los silbidos que hacía poco tiempo había emitido mi amigo Juan, para crear ambiente tenebroso al momento. Como yo mismo había narrado para asustar a los presentes, una comitiva de personas, ataviadas con camisones largos y blancos, comenzaron a desfilar frente a mí sin que me el tremendo impacto me permitiese mover ni un ápice de mi cuerpo. Como pude, giré un poco la cabeza y comprobé como todos dormían. Lola, Javi y Juan, arropados para combatir el relente de la noche, no eran conscientes de la escena que petrificaba mis movimientos, y sin embargo, un poco más allá, Mari, atendía atónita sin poder articular palabra.
Sentados al filo de la piscina, sus extremidades inferiores se desintegraban visualmente y la humedad del agua parecía subirles por sus cuerpos hasta empapar sus cabellos. Entonces una chica de mirada triste se fue acercando lentamente hacia mí atravesando la superficie acuosa de la piscina sin salpicar una sola gota fuera del vaso, y al llegar a los pies de mi tumbona y comprobar el miedo atroz que reflejaba mi rostro, se recogió su larga melena a modo de moño y sin dar tiempo a más se inclinó hacia mí para decirme; “No debes asustarte. Siempre hemos estado junto a ti, y aunque quizás no nos hayas visto antes, si que estoy segura de que nos has sentido cerca de ti. Te hemos acompañado en muchas ocasiones porque nos gusta como escribes y como transmites tus sentimientos”
De repente, desperté y las luces de los primeros rayos de sol comenzaron a proyectarse sobre todos nosotros sin que nadie un poco más tarde en el desayuno recordase absolutamente nada de lo acontecido en aquellas últimas horas de la madrugada. Tan solo mi amiga Mari y yo, parecíamos haber percibido algo que era imposible de narrar…”